Hace tanto que la conozco que somos casi hermanas.
Hace tanto que me sigue que parece mi sombra.
Creo que fue quien me recibió cuando me parió mi madre, con demasiado dolor y pena. La que me acunó cuando ella no pudo hacerlo. La que me cantaba en las noches. La que me hacía cosquillitas y hablaba bajito contándome cuentos de duendes .
Ella me acompañó a caminar, a trepar árboles, a jugar , a andar a caballo. A perderme mirando el cielo interminable.
Eran suyas las noches de llanto, de miedo y oscuridad.
Sus dedos invisibles sabían aferrar mi mano después del incendio. Ella conocía el grado de mi angustia.
Estaba parada a mi lado cuando me desheredaron, cuando dejé la casa que ocupaba, cuando tuve que aceptar que nada de lo que viví hasta entonces era lo que yo imaginaba.
Sabía esconder conmigo la vergüenza de la cara amoratada por los golpes, llorar en rincones lejanos la injusticia. Abrazarme en silencio .
La conozco hace tanto que cuando aparece es como una vieja amiga que no veo hace rato. Y me siento con ella y lloramos un rato.
Y me consuela, y me dice que ya pasó. Que nada de eso volverá . Que los grises fantasmas del olvido ya se encargaron de ellos. Que no pueden alcanzarme.
Ella es mi soledad. La mía.
Quien no la conozca no podrá siquiera verla. Porque sabe esconderse muy bien detrás de sonrisas y palabras.
Y aunque no suele venir a menudo suele visitarme, y no paro de llorar.