domingo, 12 de mayo de 2019

Los juegos del hambre


 En algunas etapas de mi vida tuve la certeza de que alguna mano oscura hubiera sacado mi nombre en el sorteo, esta es una de esas. Escribir sana, sacar afuera la oscuridad apaga los recuerdos.
A los 11 años  tuve que irme a seguir el secundario a Saenz Peña ,a la casa de mis tíos. Despedirme de mi mamá ,de mis animales, de mi casa, de la seguridad aparente del entorno conocido.
Viajar sola en el colectivo, que me llevaba desde Villa Ángela.
Puedo todavía sentir la impotencia de esas lágrimas que no podía controlar , que trataba de disimular escondiéndome detrás de algún libro,esa sensación que todavía me revuelve las tripas. En esos pocos viajes en que pude volver conocí a un muchacho ,que de verdad ,se llamaba Ángel.  Era de contextura muy pequeña, casi enano. Fue el único que se me acercó y me ayudaba a dejar de llorar . Trabajaba en Saenz Peña y viajaba en ese mismo horario. Después de esta historia no volví a saber de él.
Al llegar a la ciudad caminar eternas cuadras hasta la casa de mis tíos,  en la oscuridad , en la lluvia o el frío. (Mis viejos fantasmas me seguían, burlándose de mis miedos)
En la casa de mis tíos había comida. Era lo único bueno. Y yo vivía con hambre . Vaya a saber si era solo psicológico, o tenía una tenia solitaria , o tenía hambre de verdad . No sé. En ese tiempo tenía dos primitos y dormía en su habitación. Mi prima bebé se despertaba y lloraba por las noches y yo tenía que cuidarla . A veces trataba de ignorar sus gritos y seguir durmiendo, pero no , Cristi también tenía hambre . Y los alemanes consideraban que los bebés debían dormir en su habitación y despertar a la mañana siguiente como manda la ley.
Mi tía cocinaba muy rico, pero justo. No se desperdiciaba nada. Un plato para cada uno . Encima conmigo de invitada no deseada, el amarrete de mi tío no perdía oportunidad para hacérmelo saber , preferentemente en la mesa.
Como todos dormían la siesta yo aprovechaba para leer todos los libros de su biblioteca y robar toda la comida que pudiera sin que me descubran .
El tío compraba las manzanas por cajón, en algún mercado donde salía más barato. Pero obvio, yo comía sus manzanas a la siesta y el cajón se vaciaba más rápido de lo previsto.
Hasta que me descubrieron . Me delataron los palitos de las frutas que yo, tan mala ladrona, tiraba detrás del sofá.
Mi mamá casi no vino a verme durante ese año, porque había inundaciones.  Tampoco podía pagarles lo que yo comía de más.  Así que le escribieron una carta diciéndole que ya no podían tenerme en su casa.  Todavía recuerdo las lágrimas de mi mamá y la carta en sus manos. Le pregunté si lloraba por mi culpa y me respondió: más o menos .
Lo que no contaron era que yo era la niñera de sus hijos, que limpiaba la casa y lavaba la ropa para ayudar a mi tía que no estaba bien, y como cualquier madre de dos pequeños, no podía con todo .
También se olvidaron de mencionar que al tío le gustaba acosarme y tocarme ,y que compraba mi silencio con una revista Anteojito cada tanto. Que tenía que leer en su regazo. Acción que a los ojos de los demás lo convertía en bueno.
No me violó porque si lo hacía quizás tendría que haberme matado. Un tipo de casi 2 metros de altura contra una criatura mal crecida ( por el accidente que había tenido a los 9). En mi memoria que solo aparece en alguna pesadilla, todavía vive el escalofriante recuerdo de ir sola con el en su Falcon, donde me llevaba abrazada cual novia feliz, y en un momento parar al costado de la ruta con sucias intenciones. Solo Dios sabe lo que pasó para que no hiciera lo que sus instintos le dictaban al oído. Esa noche me salvé.
Siguió por muchos años con el acoso. Eso era moneda corriente,  y yo sabía que nadie iba a creerme así que no me gastaba explicándolo. Igual ya había decepcionado a mi mamá por comer sus manzanas . Cuanto más dolor podía causarle .
Así fue que fui a estudiar a Villa Ángela. Internada en el Colegio Misericordia y yendo al Colegio Nacional ,porque el internado no tenía secundario .
Ahí el hambre era mucho más apremiante . La comida era asquerosa. Más de una vez habia gusanos blancos flotando en la sopa. La monja a la que le reclamé me dijo: son animalitos de Dios . Ahí aprendí a robar también. Escurriéndome a una de sus habitaciones que llevaba al kiosco de la escuela. Como una gata silenciosa . No demasiado para no levantar sospechas . Pero suficiente para calmar el hambre .
Junto a la especialización en el arte de la ratería vinieron las mentiras. Cada vez que podía ir a mi casa inventaba largas historias sobre lo bien que me iba en el Colegio, cuánto me querían, las muchas amistades que había cosechado, lo exitosa que era. Todo falso. Un mundo maravilloso para mi mamá que deseaba tanto que yo fuera así. 
Encontré la forma de escapar del internado y cruzar la ciudad y hacer dedo para irme a mi casa. Miro hacia atrás y me imagino a mi misma parada insistiendo que me llevara alguien, cualquiera. Me dejaban sobre la ruta y caminaba los 5 km, para llegar a mi casa. La mayor parte de las veces que lo hice era de noche. Ahí también me salvé. Al día siguiente mi tío volvía a llevarme y volvía a ese universo paralelo donde era feliz, no pasaba ninguna necesidad , tenía amigos.
Intenté hacer amigos. Tuve algunos , a algunos los padres no los dejaban juntarse conmigo.(Que frase). Las madres de Silvana y María Eugenia se daban cuenta de mi procesión y me convidaban comida y amor. El recuerdo de su ternura me enseñó a repetir eso con muchos después.
El hambre juega con uno. El hambre que es una expresión de todas las carencias de una persona. El hambre lleva a todas las miserias. Por lo menos a las mías. Mentí tanto para conseguir aceptación, compasión, algunos pesos. Mamá me daba los domingos algunas cosas que se producían en el campo para que las vendiera y consiguiera unos pocos pesos para la semana. La mamá de Claudia siempre me compraba todo, regateando el precio como buena judía que era. Algunas veces me cambiaba por algunas ropas que su hija ya no usaba.
La pobreza ,la miseria espiritual, la marginación (porque no encajaba en el colegio de los ricos), le van sacando partes al alma de uno, que a lo largo de la vida se van volviendo a llenar.
Como deseaba tener unos zapatos lindos, algunas ropas bonitas, como las de mis compañeras. Como sufría cuando no estaba invitada a los cumpleaños de 15. Solo 2 de mis compañeras me invitaron y así conocí lo que nunca iba  a tener. 
A veces iba a alguna tienda a probarme vestidos. Para conocer la sensación .Para soñar con ese olor a nuevo ,para no sentirme tan fuera del molde.
Cuando mamá se dio cuenta que no me desarrollaba, cerca de los 15, y ya en cuarto año (seguí adelantada en dos años a los demás por la jugarreta de la maestra que me creyó superdotada a los 6 ), me llevó al médico del pueblo y me dio  una buena dosis de hormonas que me hicieron crecer en todas las direcciones. Así me convertí en la vikinga grandota que llevo arrastrando. Eso hizo que me hicieran la vida perra mis compañeros, que hasta ahora lo recuerdan con muchas risas. Me manosearon los hombres por la calle, me toquetearon parientes , amigos, peones, conocidos. Para todos era tan fácil refregarse o agarrarme la parte del cuerpo que más sobresalía.
Yo seguía hambreada , tratando de encajar donde no encajaba. Avergonzada de mi aspecto, enemistada con mi cuerpo. Sin encontrar mi lugar.
Por eso le pedía tanto a mis hijos que no mientan ni roben. Yo me había jurado que haría cuanto pudiera para que nunca sufran hambre, para que tuvieran siempre algo que masticar, ellos y todas las Helgas que traían a casa.
Y agradezco a la vida la revancha. Porque ya hay nuevos retoños a los que nunca les va a tocar en suerte que saquen su nombre de la bolsa.